Por Javier del Cid. Orgulloso de ser chapín.
Algún día le dije a un buen amigo "no moriré sin escuchar mi himno en una Copa del Mundo", frase que no dejé de repetir por mucho tiempo (los que me conocen lo saben). Algunos me respondían "eso nunca va a pasar", "estás loco" o "seguí soñando", hoy se tragan sus palabras y lamentan no tener el permiso moral de subirse al bus de la victoria.
Esta es una historia de patriotismo, amor, venganza, garra, orgullo y sobre todo de fútbol (el libreto perfecto para una película digna de un Oscar).
El Mateo Flores lucía blanco, con algunas chispas de azul, pero blanco, puro, esperanzado, con miedo al futuro y terror a afrontar una realidad: Estados Unidos ha sido, y será, más que Guatemala en todo. Economía, personas, política, deportes, ¡en lo que quieran! A pesar de enfrentar al gigante, el coloso se llenó, con patriotismo.
Cuando los norteamericanos salieron a calentar, el Estadio rugió. "Estos saben lo que es jugar al fútbol, pero jugar ante 20 mil personas, solo los mexicanos". A los gringos les pesó mucho la atmosfera chapina que reinaba en la zona 5. Les dio miedo la tribuna que sacudía el para-avalancha, les dio terror la ola de basura que les tiraban mientras calentaban al lado del campo, les enfrió la sangre escuchar el himno más lindo del mundo. George Washington, Abraham Lincoln y Barack Obama seguro están avergonzados de tan pésima representación de su territorio, un país que puede presumir de orgullo, coraje y amor a la madre patria.
A algunos equipos les falta garra y amor por la camiseta, a algunos clubes o selecciones chicas les sobra, pero Guatemala siempre había carecido de ambas cosas: ni poco, ni mucho. Pero el 6 de abril de 2011 fue un equipo chico, como siempre, humilde, con gran talento, con grandes sueños, pero con garra, con güevos y amor por la camiseta que tenían puesta, como muy pocas veces. "Jugaremos como nunca y perderemos como siempre", me afirmaron ese día en la mañana.
Pero no. Gerson Lima saltó ante la inmensidad de los del norte (ante esos 'canches' que históricamente son más grandes, fuertes y dotados), cabeceo a placer (como pocas veces lo hace nuestra raza), y marcó un gol que teníamos una vida sin gritar...
Mas apareció Estados Unidos, y puso las cosas en su lugar: papá gringo. Los dejamos jugar durante 20 minutos y casi nos hunden, casi nos clavan en donde ¿pertenecemos? y nos empataron vía Connor Doyle, ese gringo-irlandés, que seguro dentro de unos años lo veremos jugar en la selección mayor, con la 10 al dorsal.
Pero no, otra vez. Guatemala se vio necesitada de quitar el bus del campo y salir a buscar el partido. En este momento salió la épica, aquellas ganas de remontada (aunque no la fuera, en cierto modo), el espíritu, la garra de Tecún Umán, el vuelo del Quetzal, la fuerza de una Ceiba y la elegancia de una Monja Blanca. Apareció Castillo, el 8 que no tiene equipo profesional, pero que ya lo quiere el Pachuca y seguro el Barcelona lo tiene en sus planes para recambio de Xavi (seguro). Hubo una falta en el borde del área que todos pedimos, pero el árbitro Roberto García, no la cobró: gol.
Pasaron tres minutos de angustia para un pueblo lleno de angustia, 180 segundos donde los gringos se pudieron haber puesto en ventaja, pero en aquel tercer minuto de preocupación, apareció lo que todos queríamos: vimos a todas nuestras selecciones desde la clasificación a Suecia 58' fracasar, fracasar y volver a fracasar, todo eso pasó frente a nuestros ojos, vimos a la sub 20 de Estados Unidos jugar 12 mundiales, y pensamos: "no importa faltar a uno, nosotros hemos faltado a todos".
El gol lo gritamos todos, incluso los muertos y los chapines que están por nacer. Vaya fiesta. Vaya ruido. Vaya gol. Henry López, el trotamundos, se encontró con el residuo de una clara falta y con la derecha mandó a las redes la redonda. Ese, este, era el gol que esperamos todos. ¡Este era! El tanto mundialista, el que esperabamos y el que algunos no les alcanzó la vida para verlo, pero que desde esa noche, desde ese gol, sonríen en su tumba porque son mundialistas.
Corrían los minutos para los gringos, para los chapines no eran más que tortugas invalidas y ciegas. La gente llevaba la cuenta atrás. Al minuto 90 todos pedimos el pitazo final, pero el profe dio tres. Pasaron volando. Pitó y el colosal Mateo Flores rugió como nunca lo había hecho. El momento más romántico en la vida del Estadio Nacional.
Y cuando desperté a la mañana siguiente, como dice el buen Augusto Monterroso, el dinosaurio, y los diarios decían lo mismo: Guatemala al Mundial. Como en el más dulce sueño...
que increible esta este vos te felicito mano.!! vas a ser grande!!!
ResponderEliminarwow q como dice el q increible!!! te felicito
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