lunes, 28 de febrero de 2011

No es cualquier sonrisa...

Tomás deambula por la 15 avenida, Zona 6, Ciudad de Guatemala. Levanta la mirada, observa sin ganas dos restaurantes de comida rápida y sigue en la misma dirección. Minutos después ya está en la puerta del colosal Cementos Progreso. Para pasar el tiempo compra una tortilla con carne por diez Quetzales, mientras observa a transeúntes, carros, vendedores de entradas y camisolas. "Le tenemos la nueva camisola de los Cremas". "¿La de Tránsito?" "Compro y vendo. Tengo palco..." "Dos por quince".

Entra al estadio. Paga 20 pesos por una tribuna, se la vendían a 25, pero por chispudo logra bajarle el precio. Poco después se encuentra buscando asiento, se queda parado: está jugando la Especial, gana 2-0. Llega tarde, pero a la vez temprano. Termina el segundo tiempo de la categoría Especial, se alegra.

Es originario de Gualán, Zacapa, y no le va a los gallos. Su corazón es crema, como el de su abuelo y padre, ya muertos. Tiene mucho tiempo de no ir al Estadio y mucho más de no ver al campeón en vivo, y a todo color. Sonríe, saluda, observa y se divierte como niño con juguete nuevo. Comienza a gritar y aplaudir cuando el albo sale a calentar, en verdad, todo el mundo lo hace. Tomás está consciente de la complicada campaña que vive el club, aún así, eso no le quita las ganas de vitorear al equipo de sus amores.

Consigue un asiento, muy pegado al para-avalancha, ve todo el elegante y precioso césped artificial de La Pedrera, ¡asiento de lujo por 20 Quetzales! El tiempo pasa, él quiere que sean las 19 horas para que dé inicio el partido, pero el reloj es su enemigo. La 'vltra sur' comienza a cantar: el Comunicaciones sale vestido de pantalones cortos, con un impecable uniforme blanco. Los fuegos artificiales estallan por todo lo alto de la 6.

Observa la luna, impecable. Llena, como debe estar siempre. Qué bonito, como para una victoria. «¡Vamos campeones!», grita, pero el sonido de su voz se confunde con el silbato del árbitro. Se emociona, se le pone la piel de gallina, quiere llorar. En un momento de su vida creyó no volver a ver a su club, el equipo con el que ha sufrido, y con el que ha disfrutado.

Bryan Ordoñez le arrebata un aplauso; el Moyo lo hace abrir los ojos; Jairo Arreola lo invita a pararse; Montepeque lo hace sentarse. Disfruta del partido. Aunque no gane su equipo, tiene esa famosa frase en la boca: "ya va a entrar". Se la diría a alguien, pero va solo, acompañado de su mochila y su celular.

Comienza el segundo tiempo. Lo mismo del primero, dominio crema, mala puntería. Más al minuto 52, eso desaparece. También la cara de aburrimiento de los 15 minutos que debió esperar Tomás, desaparece. Jairo Arreola, recibe de Montepeque un gran pase, el '77', define, y marca el 1-0. Explosión, estruendo, felicidad, gritos, abrazos, la tribuna ruge. Tres minutos más tarde, Iverton Paes, coloca el balón en el ángulo y marca un auténtico golazo. En la banca crema hay felicidad y aplausos. Tomás sonríe, no es cualquier sonrisa.

Se pone de pie, se estira el pantalón, y se mete bien la camisa. Enfila camino hacia la salida. Cuando su cuerpo se va a perder de vista, se vuelve. «Dale Albo», piensa. Observa las 11 manchas blancas que hay en el césped, trata de ver muy bien cada detalle, cada color. Se despide del club, camina, abandona el coloso, sabiendo que nunca más volverá a pisarlo...

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